martes, 4 de agosto de 2009

Fragmentos de "Lágrimas de una eternidad carmesí" (III)

La lluvia se ha disipado, impregnando el ambiente con el evocador aroma de la tierra húmeda, rebosante de vida.
Lentamente, el sol se oculta, se tiñe el cielo de ébano. Un espectral coro de lúgubres aullidos resquebraja el silencio nocturno, lo conquista, se apodera de él... suena cada vez más cerca... anuncia la inminente, despiadada, cacería... el vello de la piel se eriza, confuso, incontrolado... ¿Puedes acaso sentir la influencia del astro que gobierna el destino de las mareas? A continuación, una pequeña muestra del entreacto de "Lágrimas...".
Interludio ("Luna de lobos"): "(...) Varios espeluznantes aullidos desgarraron el silencio nocturno, no demasiado lejos de allí. Estaba muy asustada. Las lágrimas corrían, desesperadas, por sus mejillas. La luz imprecisa de la luna llena le permitió localizar un tronco talado que emergía solitario en un claro entre la maraña de tenebrosos árboles. Los nervios se habían apoderado de su ánimo. Si no encontraba pronto la salida, iba a tener que quedarse allí a pasar la noche... su ropa continuaba empapada... el frío y la humedad se alojaban, pegajosos, despiadados, en los más recónditos intersticios de su infantil y trémulo cuerpo. El silencio se vio roto, nuevamente, en las oscuras profundidades del tenebroso bosque. Unos chasquidos le hicieron volver la cabeza, atemorizada. Lo que creyó ver a continuación, a través de la difusa luz derramada por la luna y filtrada por el borroso tamiz de las lágrimas, erizó de pronto sus dorados cabellos. Temblando desesperadamente, sus manos se cerraron sobre la boca, abierta en un monstruoso gesto de horror rubricado por su aterrada mirada, intentando ahogar el alarido que amenazaba con desbordarse a través de su garganta... Cinco enormes, majestuosos lobos, se acercaban en su dirección, lentamente, tratando de rodear su posición. Los fríos ojos de los depredadores, brillaban bajo el resplandor del plenilunio. Uno de ellos avanzaba en primer lugar, los otros parecían cubrir la retaguardia. Detuvieron sus pasos a escasos metros de ella. El que parecía ser el líder de la manada, clavando sus bellos ojos llenos de hostilidad en los de la niña, abrió las fauces mostrando los agudos colmillos al tiempo que gruñía ferozmente... el resto le imitó, erizando el pelo grisáceo. La chiquilla se incorporó de un salto, temblorosa, al borde del desfallecimiento. Su cabeza daba vueltas. Los bucles mojados se pegaban a su frente, dificultando por momentos, aún más, si cabe, la confusa visión. Esta vez no pudo contener el terrible chillido, que escapó de sus labios resonando con un evanescente y lejano eco entre los ocultos rincones del siniestro dédalo boscoso." (Copyright 2007. Material protegido por derechos de autor).

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